El 21 de agosto de 1911, uno de los robos de arte más notorios en la historia tuvo lugar en el Museo del Louvre, en París, cuando la icónica pintura de la Mona Lisa fue sustraída. El cuadro, una obra maestra del renacimiento pintada por Leonardo da Vinci a principios del siglo XVI, desapareció del museo en un incidente que dejó perplejos a la policía y conmocionó al mundo entero.

El robo fue llevado a cabo por Vincenzo Peruggia, un empleado italiano del Louvre, quien había trabajado previamente en el museo y conocía bien su interior. Peruggia, con la intención de devolver la obra a Italia, argumentaba que la Mona Lisa había sido robada por Napoleón, aunque esta afirmación era históricamente incorrecta.

Peruggia entró al museo temprano en la mañana y se escondió en una sala contigua. Cuando el museo cerró para el público, se dirigió a la sala donde estaba expuesta la Mona Lisa, la descolgó y la escondió bajo su ropa. Luego, simplemente salió del museo. Durante más de dos años, el paradero de la Mona Lisa fue un misterio.

El robo captó la atención de la prensa internacional, y durante el tiempo que la pintura estuvo desaparecida, se convirtió en una sensación mediática. El artista Pablo Picasso y el poeta Guillaume Apollinaire fueron incluso considerados sospechosos, aunque luego se comprobó su inocencia.

Finalmente, en diciembre de 1913, Peruggia intentó vender la pintura a un comerciante de arte en Florencia, Italia. El comerciante, reconociendo la obra, notificó a las autoridades, y Peruggia fue arrestado. La Mona Lisa fue devuelta al Louvre el 4 de enero de 1914, donde desde entonces ha permanecido, bajo estrictas medidas de seguridad.

El robo, lejos de dañar la reputación del Louvre, incrementó la fama de la Mona Lisa, consolidándola como una de las pinturas más reconocidas y veneradas en el mundo. La historia de su robo sigue siendo un fascinante episodio en la historia del arte, reflejando tanto la vulnerabilidad de las obras maestras como el profundo valor que tienen para la humanidad.