CONVOCATORIA NARRATIVA: I
OPINIONES
18-10-2022
IFOTO: BAJANEWS
Publicado: 18-10-2022 11:22:08 PDT
Actualizado: 18-10-2022 13:24:16 PDT
Autorxs: Ronnie Camacho Barrón, Bárbara Dennis, Jorge Torrealta
TIJUANA BC, 18 DE OCTUBRE DEL 2022.- Aquí presentamos a lxs seleccionadxs de la “Convocatoria Narrativa” 1era edición.
El Séptimo Día
Apenas dan las 5:00 de la madrugada, mi pesadilla comienza, como cada noche desde hace seis días, un trío de demonios emergen del infierno con el propósito de llevarse a mi humana.
—¡No de nuevo, ya no más! —grita desesperada.
—No tengas miedo, esto terminará esta noche — prometo antes de plantarme frente a ella.
Al verme sacar las garras, los seres del averno retroceden, han aprendido que no soy cualquier enclenque, los ojos perdidos y las manos destazadas, son la prueba de que este antiguo gato callejero, se convertirá en un fiero león con tal de protegerla.
—¡Ataquen! —ordena el líder y pronto, mordidas, zarpazos y bolas de fuego comienzan a volar.
A pesar de que me superan en número no me amedrento; hábilmente paso entre las piernas de dos de ellos, rasguño sus pantorrillas para hacerlos caer y cuando los tengo en el suelo, los culmino con una certera mordida directo a la yugular.
—¡Dante, cuidado! —ella me advierte, pero es muy tarde, el demonio líder me patea y presa de la gravedad, termino impactando de lleno contra una de las lápidas del cementerio.
Trato de incorporarme, pero me es imposible, mi boca sabe a sangre, apenas si puedo respirar y un dolor punzante en mi costado, denota el gran número de costillas rotas.
—Pensé que ustedes siempre caían de pie —se burla mientras se acerca a mi niña.
—¡Ayuda! — su voz despierta mi instinto protector y a pesar de mis heridas, ignoro el dolor y corro hacia ellos.
De un salto trepo a la cabeza del demonio y entierro mis garras en lo más profundo de sus córneas, haciéndolo gritar de dolor mientras intenta apartarme, pero yo me aferro. Solo debo esperar un poco más, apenas llegue el amanecer del séptimo día las puertas del cielo se abrirán y el alma de mi dueña, tendrá la oportunidad de ingresar al paraíso.
Casi desfallezco, pero logro mi objetivo y cuando los primeros rayos del sol despuntan en el horizonte, las puertas aparecen frente a ella y el demonio que nos aqueja explota en mil pedazos al contacto con la luz.
—¡Dante! —trata de acercarse.
—¡No vengas, entra por las puertas!
—Pero morirás y es por mi culpa... —sus ojos comienzan a humedecerse.
—Tú me diste un hogar cuando no tenía nada, aunque tuviera mil vidas, jamás me arrepentiría de morir por ti.
Al escuchar mis palabras su llanto se desborda, pero al final obedece y cruza las puertas que le darán el descanso eterno, me alegra saber que aquella bella imagen, será lo último que veré.
Autor(a): Ronnie Camacho Barrón
INCENDIARIOS
Salen de noche, no se sabe quiénes son ni por qué lo hacen. No dejan rastro, solo una huella.
Los noticieros dicen que no hay un vínculo entre las víctimas: puede ser cualquiera, nadie está a salvo. Invitan a los televidentes a no salir de casa después de las veinte horas, aunque las autoridades no han establecido un toque de queda oficial. Para ellos no pasa nada: compran la seguridad.
Por la mañana, la ciudad es otra, llena de calma y tranquilidad. Cuando comienza la tarde, aparece la histeria, la incertidumbre, la desesperación. Ayer se llevaron a una familia completa. Un matrimonio joven con una hija de apenas tres años. Los incendiarios dejan como única señal una parte del cuerpo con una prenda de la persona que se llevan.
Afuera de la casa de la familia López dejaron seis cosas en una caja de regalo: el brazo de Martín, el papá, junto con su camisa. La oreja de María, la mamá, con sus aretes. Un dedito de Lupita, con un calcetín. Lo hacen para que sus seres queridos puedan tener algo con que despedirse, llorar o rezar.
Las presentaciones pueden variar, han dejado restos en tambos, sobres, bolsas, mochilas, con adornos o sin nada. No ha quedado claro de qué depende el envoltorio. Las especulaciones que corren en voz baja dicen que los incendiarios se dedican al tráfico de órganos, que pertenecen a una secta, unos más dicen que son secuestradores, los menos, que las personas que eligen son por un ajuste de cuentas con el cartel, que ellos se lo buscan.
No hay carpetas de investigación abiertas y eso es lo que preocupa. Se tiene miedo de salir, de preguntar, de denunciar; y en otras ocasiones, hasta de respirar. Las miradas hablan, avisan, dudan. La gente ha aprendido a comunicarse de manera distinta desde que los incendiarios controlan la ciudad, no hacen falta las palabras, le sobran letras al abecedario.
Sé que soy el siguiente, no he hecho nada malo, pero estoy a punto de hacerlo. Hace un par de meses se llevaron a mi novia. Solo me dejaron su cabello con un lazo, y desde entonces he tratado de seguirles el paso, pero los incendiarios escuchan detrás de las paredes, pareciera que leen el pensamiento, no se puede huir; se sienten sus pasos.
Hoy es mi última noche con vida. No tengo miedo, hasta eso se llevaron. Conocí a uno de los chalanes del jefe, Juan, y gracias a una jugosa cantidad de dinero, me va a llevar con su patrón. Quiero hablar con él, preguntarle por qué hacen eso, por qué se llevaron a mi novia, en dónde está, qué le hicieron, aunque eso signifique perder la vida en el intento.
Mis fantasías giran en torno a lo que haría para vengarme. Eso me ha mantenido cuerdo. Leí bastantes cosas de tortura en este tiempo, cuánto dolor puede soportar el cuerpo humano antes de desmallarse, el sufrimiento que puede padecer antes de orinarse de miedo, antes de morir. Le arrancaría las uñas de los dedos, primero las de los pies y después las de las manos. Le quebraría las piernas con un martillo. Le arrancaría la lengua a pedacitos. Le sacaría un ojo con unas pinzas. Le amarraría un alambre de púas en los testículos.
Venganza. Tortura. Las únicas palabras que me dieron consuelo. Son las siete treinta de la noche, no me queda mucho tiempo, pero tengo todo listo en la mochila. Antes de salir, me llega un mensaje de mi hermano, me pregunta que por qué lo estoy buscando, que Juan le confesó todo.
Autor(a):Bárbara Dennis
LABERINTO
Acaecían los últimos días del verano, era un día caluroso y todos aguardábamos la lluvia. Me encontraba en Atlixco de las flores, un pueblo ubicado a las faldas del imponente volcán Popocatépetl, en el estado de Puebla. Me trasladé hasta la zona de los viveros, toda una colonia –Cabrera– donde están establecidos estos espacios dedicados al comercio de plantas. En este punto se puede conseguir casi cualquier especie, por muy extraña que sea; claro, siempre que sea legal. Mis favoritas son las cactáceas, insectívoras y dioscorea macrostachya, también conocida como «planta tortuga», sin embargo, me encantan las flores, sus aromas, colores, elegancia; así como las medicinales, por sus propiedades.
Recorría la calle principal, alrededor de tres kilómetros de aromas y sabores florales, colores vivos, orgánicos y olor a tierra húmeda, acompañado del correr de un riachuelo a las afueras de los viveros; en el fondo de aquel cuerpo hídrico, también progresan la flora y el verde: algas y diminutos insectos. Allí abrevan las aves y los perros, incluso he visto fauna nocturna, como tlacuaches, bebiendo de aquellas aguas.
Ingresé a uno de los recintos más grandes al aire libre, sin estructuras de conservación para las plantas, las cuales se extendían a través de grandes pasillos que habían adoptado extrañas formas a causa de las dimensiones de las especies. Y recorrí aquellas líneas constituyentes de idas, vueltas y retornos; pasé mis manos sobre las verdes hojas de las diversas especies, por sus tallos, flores y frutos; ensucié mi calzado en la tierra húmeda, fangosa en algunas zonas; y los insectos se pasearon por mi cuerpo y resulté con unas cuantas picaduras.
Entonces comenzó a llover, una ligera lluvia, como suaves susurros; húmedos golpecillos apropiados para la calurosa tarde, pero con cada paso dado la lluvia tomaba fuerza y mis huellas desaparecían bajo el agua; los insectos hicieron lo propio, se refugiaron, mientras yo me empapaba todo. El viento se hizo presente y con ello, el frío. Entonces quise volver y marché el sinuoso camino, pero no llegaba sino a extraños puntos no recorridos; hallé nuevas plantas, más colores, otros aromas acentuados por el clima.
Ahora ya no buscaba la salida, sino un sitio, un punto para resguardarme, pero no hallé nada, todo estaba inundado y el nivel del agua progresaba en todas partes; pronto superaría mi calzado. Arribé por fin hasta una planta de plátano y me resguardé bajo sus ingentes hojas; sus frutos aún eran verdes, jóvenes; y su seudotallo, fuerte. Me agarré de él y di un brinco, cuál chango, para otear: me hallaba justo en medio del vivero. Desde allí vi correr el agua hasta donde me encontraba, pues había una suerte de depresión en el suelo que provocaba aquel fenómeno, quizás la tierra había tapado el desagüe y la inundación era a causa de ello. Además, pude ver otras cinco plantas de plátano, distribuidas en los límites del predio, dos al fondo del recinto.
Me determiné a salir de aquel laberinto. Estaba empapado, así que ya no importaba mojarme más. Tras ubicarme, emprendí el regreso y caminé en dirección de la entrada, según mi posición, pero luego de algún tiempo, a unos cien metros, pude observar el par de plátanos que marcaban los límites del vivero. Primero negué, no podía ser que hubiere marchado en sentido contrario de la salida.
Llegué hasta aquella planta y trepé por ella. En efecto, me hallaba al extremo opuesto. Allí se levantaba un ingente muro cubierto de especies de todo tipo, y se extendía alrededor de aquel extraño jardín. Grandes raíces recorrían tal edificación, unas muertas, otras en busca de su camino; exóticas flores abrían y cerraban sus pétalos, como si recogieran agua y la bebieran. Aquella imagen me pareció a un mismo tiempo hermosa y aterradora. Tales especies no estaban en exhibición, sino que habitaban los muros.
Las observé de cerca, pasé la mano sobre sus tallos y hojas y estas se revolvían al sentir mi extraña caricia. Entonces la descubrí. En aquel punto la luz era débil y triste, acentuada por el nublado cielo; pero en aquella opacidad brillaba un hermoso ser, una como ave diminuta, blanca toda, que se agitaba lento, como el trazo hábil del pincel de un artista sobre el lienzo; parecía retar al viento, bañarse y cantar, todo a un mismo tiempo. No pude resistirme. Alargué mi mano hacia el ave y esta se volvió hacia mí: era una flor, una orquídea garza blanca. Se aferró a mi mano y dijo: «¿Por qué no sueñas en ser algo más?» y abrí los ojos, un hombre me observaba, admirado, luego hundió su nariz en mi flor y se fue, sonriente, apurado por una mujer que pensé sería su esposa.
Pensé que había sido un sueño. Sin embargo, no lo fue, sino una hipnagogia. Resulta que no soy el único que imagina estas transformaciones. Una vez, mientras departía con un colibrí, este me dijo que no era tal, sino una gota de lluvia que nunca cae. Todas fenecen al golpear la tierra, excepto ella, por lo tanto era única, individual. Pero yo, cruel imaginación, imagen trágica la de ser un hombre, sentir aquel cuerpo. ¡Un hombre! Qué horrible.
Autor(a) texto y fotografía: Jorge Torrealta
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