Por Raúl González Rodríguez desde Durango

Podrá ser querido por muchos y odiado por otros. Ciertamente, sus adjetivos calificativos han terminado por polarizar a los mexicanos. “Fifís o chairos” se encuentran ya en el argot popular como una relación semántica para definir a liberales y conservadores, así como de distinguir a los amigos de los enemigos. Andrés Manuel López Obrador tiene un liderazgo sui generis que se ha potenciado debido a que se le podrán cuestionar muchas cosas, excepto que es un gran estratega, ajedrecista en los menesteres de la política.

Ni el “AMLO es un peligro para México” utilizado como campaña negra en el 2006 por parte del consultor político Antonio Solá, ni tampoco las afirmaciones de que estaríamos peor que Venezuela, se han cumplido. Tampoco se ve intención alguna por preparar el terreno para reelegirse. Poco a poco la oposición se queda sin argumentos sólidos para descalificarlo y los que tiene, simplemente no los sabe utilizar. Definitivamente carecen de ideas y de perfiles para aspirar a competir el próximo año.

López Obrador impone con las mañaneras la agenda político-mediática diaria. Dice todo y nada, nada y todo, sin embargo, nadie puede cuestionar que se habla en el país de lo que él quiere. Como estrategia política se ha lanzado contra el “conservadurismo” del Poder Judicial que desechó la primera parte del Plan B de la reforma electoral, situación que él ya anticipaba y que convirtió en un arma electoral discursiva para las elecciones del 2024. Del mismo modo, sucedió con su salud. Dejó que especularan, que cuestionaran, y al final los dejó en ridículo. Sigue teniendo el control y con ello desgasta a sus adversarios.

Nadie más que él tendrá las riendas de la sucesión presidencial. La encuesta será únicamente su dedo índice. Su popularidad en el último año de mandato le brinda esa oportunidad, al mero estilo priista de antaño. A pesar de las rabietas opositoras, ocupa las primeras posiciones entre líderes de diversos países en cualquier fuente que sea consultada, ahí está siempre el nombre de Andrés Manuel López Obrador, por lo que la lógica indica que algo debe de estar haciendo bien, pero la visión maniquea de la política local es siempre el PAN de cada día.

El afecto y la razón serán la balanza para elegir a una corcholata, como él mismo denominó a los perfiles con posibilidades reales de encabezar la candidatura para, a la postre, dar continuidad a la llamada cuarta transformación. Sin duda alguna Claudia Sheinbaum va a la delantera en el afecto y Marcelo Ebrard en la razón. Adán Augusto está en la terna a manera de fiel de la balanza, todos bailando al son que diga él y nadie más. Les permite desgastarse, enfrentarse, para que, al final del día, llegue a poner orden el que los ha aglutinado a todos. Un narcisismo funcional el del primer mandatario del país, al que al término de su periodo podrá esperarle todo, menos el retiro. Al tiempo.